Esta patología es cada vez más relevante y frecuente en la población adulta de Chile, afectando gravemente la calidad de vida, tanto desde el punto de vista médico como mental, funcional y social.
Según la “Encuesta Nacional de Salud” 2016-2017, la prevalencia del llamado “dolor crónico no oncológico” en la población adulta mayor chilena es de 34%; condición que se agrava aún más, si se considera que cerca del 90% de estos pacientes no controla esta situación.
Sus causas son diversas, aunque predominan los dolores intensos de tipo nociceptivo y mecánico-articular, producto de la gran prevalencia de patologías degenerativas propias de la edad, o de alguna condición de discapacidad física.
Sin embargo, un alto porcentaje de la población afectada, asume que sus dolores son “normales para su edad o condición”. Lo cual genera baja tasa de consulta o tratamiento. Al mismo tiempo, esto se traduce en un gran aumento de casos de depresión, aislamiento, encierro, ansiedad y trastornos del sueño, lo cual incrementa, a su vez, el riesgo de caídas y fracturas, que finalmente afectan la independencia y funcionalidad de la población afectada.
¿CÓMO DIAGNOSTICAR?
El dolor en los adultos mayores o en personas con discapacidad física, siempre debe indagarse y buscarse en la anamnesis, especialmente en los controles médicos rutinarios que el paciente pueda realizarse, en los servicios de atención primaria o en las consultas de medicina general, por ejemplo.
Esto implica, entre otras variables, analizar la historia clínica; establecer cuáles son las características del dolor; saber desde cuándo se presenta; y determinar cómo afecta la funcionalidad de las personas, así como sus actividades básicas cotidianas.
Los expertos recomiendan, posteriormente, analizar su intensidad de acuerdo con ciertas escalas de evaluación. Dentro de ellas se cuentan, por ejemplo.
- La escala visual análoga (“¿dónde y cómo le duele?”)
- La escala numérica (“De 0 a 10, ¿cuánto le duele?)
- La escala de caras, donde el paciente indica con gestos cuál es la intensidad de su dolor.
Para aquellos pacientes mayores, o que sufran algún deterioro cognitivo, también existen escalas especiales basadas principalmente en su comportamiento, su modo de moverse, su esquema corporal, su vocalización y expresión facial, entre otros aspectos.
¿CÓMO PREVENIR EL DOLOR?
El dolor en adultos mayores o personas con discapacidad física, se debe prevenir desde mucho antes de experimentarlo. Los métodos de prevención primaria se basan en actividad física regular, programada, estandarizada y con ciertos objetivos; al igual que en una alimentación saludable. Además, hay que prevenir las patologías principalmente crónicas, como diabetes, hipertensión arterial y obesidad, ya que ello también conlleva mayor riesgo de desarrollar dolor crónico.
Lo ideal, según los expertos, es que las personas en el grupo de riesgo realicen ejercicios rutinarios de bajo impacto para sus articulaciones, al menos tres veces por semana. Para los adultos mayores se aconsejan rutinas sin rebotes o saltos, sino más bien movimientos rítmicos o ejercicios aeróbicos de baja a moderada intensidad, así como rutinas de movilización, estiramiento, flexibilización y elongación. Estas últimas también son útiles, si se aplican focalizadamente, para quienes sufren algún grado de discapacidad o paraplejia.
Dentro de las actividades físicas que los pacientes pueden realizar, se incluyen, por ejemplo, yoga, pilates y Tai-Chi, entre otras. Todas actividades de bajo impacto que, además, ayudan a mejorar el equilibrio, factor que también origina patologías dolorosas crónicas, debido a que su alteración puede provocar caídas y accidentes.
TRATAMIENTOS
Para abordar el dolor crónico se debe seguir un tratamiento multimodal y transdisciplinario que se basa en tres pilares fundamentales:
- Tratamiento farmacológico, que puede considerar distintos tipos de analgésicos como, por ejemplo, paracetamol; anti inflamatorios no esteroideos (que deben manejarse en breves periodos); y antidepresivos duales y neuromodulares (sólo en caso de que se requieran).
- Ejercicio físico, que ayuda a prevenir y combatir el dolor. Debe ser guiado por un profesional kinesiólogo, y también apoyado por un terapeuta ocupacional, para enseñar al paciente cómo realizar sus actividades cotidianas.
- Tratamiento psicológico, para ayudar a la persona a superar los traumas derivados de la falta de movilidad, o la eventual perdida de independencia derivada del excesivo dolor crónico.